jueves, 27 de noviembre de 2008

El poeta y el mar

Juan Carlos Morales Mejía
PEGASUS




Ulises tensa el arco /
su flecha penetra /
el corazón sin esperanza /
de Penélope


Valeria Guzmán





CARACOLA


El poeta pierde
la voz amada
en una caracola.



EL RECUERDO


Una gaviota
se posa indolente
en tu recuerdo.


MAR DE FUEGO


Mar de fuego:
tempestad de azogue
recorre tu vientre


MAR DE TINIEBLAS


Mar de tinieblas:
destello de plumas
del ángel caído.


EL MENSAJE


Una botella
contiene al mar.
El poeta descifra
el mensaje
en las estrellas.


BARCA DE CARONTE


Mar indomable:
una moneda
en la boca del muerto.


EL PIANO


Piano en el mar:
solo tus huellas
quedan en la arena.


MAR DE ÍTACA


¿Este mar es igual
al que contempló
Ulises perdido de
la amada Ítaca?


PLEGARIA DEL VIKING Y DEL FENICIO


Llanura de la ballena,
morada de la gaviota...
devuelvo el remo.



BALLENA BLANCA


Leviatán blanco:
por siete mares
va atado el capitán.


SOBRE LAS AGUAS


Temo a la caracola:
trae el mar donde
caminó Jesús.


NON PLUS ULTRA


Mar tenebroso:
a la distancia
vienen tres carabelas.


EL CONJURO


Secreto mar:
leve conjuro
exorciza tu vientre.


LA ESPERA


Mar de Ulises:
las olas vanas
no trae penélopes.


EL ENIGMA


Mar del tiempo:
a la distancia
veo a la Esfinge.


VENUS DE VALDIVIA


Mar de Valdivia:
alguien entrelaza
la fina cabellera.

Fabulario del dragón

Juan Carlos Morales Mejía
www.fabulariodeldragon.com


El pájaro de Perugia



Antonioni da Luca guardaba una imagen: el vuelo rasante de un gorrión entre sus manos de niño. Ahora, a los cincuenta años era un hombre que conservaba en sus ojos miles de horizontes, atiborrados de bandadas en pos de un sol tenue.
El embrujo del vuelo de las aves era motivo suficiente para prolongar su vida. Tras estudiar los planos aéreos de Leonardo da Vinci se convenció de que algún día los seres humanos podrían volar. Nadie le creyó.
Antonioni, huyó de Perugia cuando los parroquianos lo descubrieron batiendo sus brazos en el campanario. Tenía atadas veintitrés palomas a su cuerpo y una mirada de ángel del infortunio en sus ojos de almendras.
Desde ese día tuvo cuidado de sus experimentos. Por eso, en el invierno de 1558 se escabulló de Glasgow a las costas escocesas para mirar si aún quedaban aves que no pudieran migrar. En medio de su soledad no halló vestigios de plumas de cigüeñas entre la hierba mojada. De regreso, en medio de la niebla, recordó la leyenda de Icaro que construyó sus alas y fijó las plumas con cera para escapar. El sol lamió esas comisuras cuando Icaro revoloteó en su torno.
No lo resistió más. Se procuró otro sendero y llegó hasta un acantilado. A lo lejos, el rumor del mar ascendía hasta su pecho. Abrió los brazos y rezó una oración impalpable. La bruma golpeó su cara. Tomó impulso y se lanzó al vacío. En el vértigo de la caída comprendió que los dioses no habían olvidado a su aéreo hijo: en el dedo meñique, de su mano izquierda, comenzó a crecerle una pluma...

El Laberinto


El último latido parece quedarse en el las paredes ásperas del laberinto. Un nuevo esfuerzo, pero el cansancio no parece ganar la partida. A lo lejos, se escucha un mar que es improbable que exista. Desde hace varios días no ha dejado de correr con los ojos asustados y con la certeza de lo que le espera. Tiene sudor en su frente, pero no intenta limpiarse el torso afilado.
El último recoveco aparece. Se detiene. Lo mira con un temor ancestral. Cómo te llamas, le dice al que permanece sentado, con los ojos triunfantes.
Soy Teseo, dice su verdugo.


El hombre del faro


Afuera, las olas golpeaban el mínimo arrecife. Arriba, en el faro, Samuel Lewishan encendió la ración de carbón de hulla. Mientras las brasas se encendían hizo memoria. Había permanecido cuatro meses en la parte más septentrional de Noruega y faltaba mucho tiempo para que el barco de las provisiones enviara una embarcación hasta el islote.
Recordó a antiguas mujeres. Las piernas gráciles bajo las sábanas almidonadas. La fragancia del pubis de aquella que después habría de herirle. Los pies mínimos acomodándose después del amor, de esa muchacha de pelambre desbocado. Evocó cinturas que se evaporaban en las noches de invierno. Ciertos ojos que quiso olvidar: los amores antiguos como una condena. Afuera el mar estaba picado y se anunciaba una tormenta. Pensó si esa sensación de abandono sería suficiente para detener a un mundo que seguía moviéndose.
Escuchó un sonido. Lo percibió tan diferente a lo habituado que se elevaba por arriba del bramido de las aguas. Tuvo precaución de encender la lámpara. Abrió la puerta y una ráfaga se instaló en su rostro. Tomó con más firmeza su linterna. Allí estaba entre las rocas: con una mirada de angustia, mientras se acomodaba sus extremidades de pez, la sirena lo miró a los ojos.


Troya, 22h37


El caballo de madera comenzó a relinchar.


La ciudad voluptuosa


La primera luz que cayó sobre la ciudad pareció dejar un orificio en las edificaciones más altas. Después, un segundo destello iluminó las montañas desde su improvisado observatorio. La imagen le cautivó. Unos seres de aire llegaron del cielo y, con sus manos, liberaron una energía que destruía los muros. Retrocedían para tomar nuevas posiciones y el fuego que producían incineraban las calles. Hacían giros, como pájaros de muerte. Eran fracciones de tiempo, como si las distintas escenas sucedieran a la vez.
La mujer olió el azufre antes de que cayera en la ciudad. Después, casi sin inmutarse, contempló el fuego que llegaba, más allá de las nubes. Las llanuras no estaban a salvo y parecía un inmenso horno, donde aún no había tiempo para el fuego. Nuevamente los seres alados revolotearon inmunes sobre las próximas cenizas.
Su primer objetivo fue el inmenso bazar, que tenía mercaderías deslumbrantes, para esta urbe acostumbrada a vestir a las vanidades y a la lujuria. La mujer que miraba desde arriba, sabía que no había ningún hombre digno merecedor a ser salvado. No pensó en la sensualidad de esa ciudad que se desmoronaba. No escuchó gritos de piedad mientras las formas de plumas devastaban Sodoma.
Sin embargo, cuando quiso tornar sus ojos para encontrar a la caravana que huía, sintió rigidez, como si la dantesca escena que acaba de presenciar no pudiera contenerse en sus pupilas. Casi inmediatamente, un olor a mineral denso comenzó a instalarse en su cuerpo.

Las máquinas de Silverio


A Silverio de Alessandría las máquinas medievales lo tenían como demente. Un día se acercó a un castillo y descubrió una vieja catapulta. El artilugio lo sorprendió: en la parte cóncava encontró una piedra, untada de barro. Al tratar de limpiarla la dejó caer pesadamente: era la cabeza de una mujer a punto de ser disparada.


La doncella de Jacob


El joven respiró hondo. Afuera, la sinagoga era sólo un punto muerto. Desde la ventana miró a su vecina, la doncella Sara. Antes de acostarse leyó una parte del Cantar de los Cantares: “¡Qué bella eres, amada mía/qué bella eres!/Tus ojos son como palomas/detrás de tus velos.” Jacob tragó saliva y prosiguió: “Tus cabellos, como un rebaño de cabras/que ondulan por las pendientes de Galaad.”
Esa noche la soñó con sus pechos encantadores como los pasadizos de Jerusalén. Al amanecer unos ruidos lo despertaron. Era el rabino, padre de Sara, que la buscaba a gritos por las calles estrechas de Toledo. Jacob sólo pudo comentarlo ya viejo: Sara se había quedado en su sueño. Sin embargo, en el postrer momento no confesó que él nunca se atrevió a ir hasta Galaad.

martes, 25 de noviembre de 2008

El poeta y la luna

Juan Carlos Morales Mejía
PEGASUS


Cima de la peña:
allí hay otro huésped
de la luna.

Mukai Kyorai


Alto en la cumbre
todo el jardín es luna,
luna de oro.
Más precioso es el roce
de tu boca en la sombra.


Jorge Luis Borges




EL RESPLANDOR


Un poeta sueña
en su amada bajo
la luna nómada.
Ese instante
es más eterno
que el resplandor
de miles de espadas
en el campo de batalla.



LUNA DE ARIOSTO

El poeta sabe
que en la luna
habita el tiempo
que se pierde;
allí están los pasos
de su amada.


ECO DE GAVILÁN

El poeta sospecha
que el último vuelo
del gavilán en la tarde
es igual al eco de la amada
en su cabaña vacía


LA OFRENDA


El poeta ofrece
a su amada
un Paraíso en ruinas,
con la sospecha
del olor a azufre
en sus manos.


EL DESTERRADO



El poeta no tiene Patria,
su única Patria es el último
faro del fin del mundo,
donde espera, en vano,
la llegada de las sirenas.


UNICORNIOS


Al poeta no hay
como engañar;
tras la montaña
pacen los unicornios...



DANZA DEL DIABLO


El poeta es el único
capaz de hurgar
en la danza del diablo
el esplendor
de su materia de ángel,
y salir indemne.



EL INSTANTE


La luna se detiene,
por un instante,
ante la montaña;
el poeta piensa
en su amada.


PIEL DE LUNA


Amada en la noche,
reflejo trémulo
en el agua,
bajo la piel de luna.


EL MISTERIO


El poeta intuye
en el rostro
de su amada
el acertijo
de la luna.


LA CARACOLA


La luna se entierra
en el mar;
el poeta halla la voz
de su amada
en una caracola.


CÁNTICO


La luna mira al poeta
desde su soledad insomne,
no sabe que alguien
le cantará hasta el alba.


EL REFLEJO

El poeta mira
en el agua
un espejo
del tiempo.



LUNAMADA


Poetaluna
lunamada
amadaluna
fuegodeluna



SOMBRA DE PLATA


Una sombra de plata,
un destello de luna
en la tersa espalda.
Unas manos bizarras
se deslizan sin tregua
por la piel amada...


DESVENTURA


La luna que iluminó
a Eva en el Paraíso
y la desventura;
aquella en el Monte
de los Olivos;
el disco que guió
al caballero
tras la aventura
de los molinos.
Todas son iguales:
la amada se ha ido
y ya sale la luna


IN CRESCENDO


Poeta menguante/
luna noctámbula/
amada creciente.


LUNA DE ÍTACA


¿Esta luna que miro
es la misma que
alumbró a Ulises
la noche del retorno
a la amada Ítaca?



ENCRUCIJADA


En el laberinto
un poeta descifra
a la luna creyendo
que es una mujer.



LA CERTEZA


Estos son los ojos
que una vez
contemplaron
tu misma luna.


LUNA DE FUEGO


Son un pájaro de luna
perdido en tu pubis.
Una pluma que cae
eternamente en tu
bosque incendiado.


EL SUEÑO


Un poeta sueña
en la luna.
A la distancia,
miles de pájaros
aletean silentes
sobre el mar.


LUNA DEL TIEMPO



La sombra mágica
que miró Apolodoro,
el reflejo de sangre
que ejecutó Pitágoras,
aquella en la última
frontera de Lao Tse,
la sangrante luna
iluminada por Quevedo,
el inasible espacio
añorado por Ariosto,
la hermana luna
de Francisco,
el ruiseñor de Guillén,
la golonluna
de Huidobro,
la luna trágica
tras el Olvido,
la simple palabra
del viejo Borges
que es su credo,
la luna del shuar
y de los antepasados
ante la laguna.
Todos los tiempos
suceden en esta
noche de luna.



CUARTETO DE LUNA


El poeta avanza hacia la Muerte
con intención de mirar la luna
y no añora mayor ventura
que el Olvido, su buscada suerte.



TALISMÁN


Un amuleto
pende en
tu vientre.
Es la luna.